martes, 31 de agosto de 2010

CAPITULO I

Componentes de la mujer - Partes externas - Partes internas - Proporción entre los genitales masculinos y femeninos.



Antes de seguir ocupándonos de la mujer como juguete de placer de nuestros sentidos, se precisa que tengamos algunas ligeras nociones de su conformación fisiológica, adelantando un himno de alabanza a la Naturaleza por la sabiduría con que procedió al constituírla y el orden admirable con que dispuso todas sus partes.

Sí las de las mujeres - fruta sabrosa que nos enloquece, nos aturde, nos marea y emborracha y por cuya consecución el hombre vive, se afana, trabaja, asesina, roba y se suicida - fuesen en todo semejantes a las de los hombres y sólo se diferenciasen por su situación, habría motivo para decir que la mujer es un hombre imperfecto, y que la frialdad de su sexo es causa de que sus partes permanezcan en lo interior, en lugar de manifestarse en lo exterior como las del hombre. Esta fue la opinión de Galeno y de Falopio, que por más anatómica no podrán sostener; porque si se observa la diferente estructura de las partes de los dos sexos, si se examina el número y figura, y finalmente, si se compara su acción y uso, se verá calaramente que son del todo diferentes; porque, ¿qué proporción hay entre la matris y la glande, o si se quiere, la bolsa del hombre? ¿entre el miembro viril y el clítoris? Los vasos que contienen el semen de las mujeres no se parecen en nada a los de los hombres, y sus testículos tienen otra figura.
Más sin detenernos en esta suerte de cuestiones que no hacen al caso, examinemos en pocas palabras las partes naturales de la mujer que se presentan a primera vista.

La Naturaleza es admirable en todos sus afectos, y no produce nunca nada sin objeto. El vello empieza a apuntar a los doce o quince años, cuando según el pensamiento de Teodoreto, el alma puede distinguir el vicio de la virtud. En esta edad es cuando la naturaleza pone un velo a las partes pudendas de ambos sexos, para indicarles que la honestidad y el recato deben fijar en ellas su principal domicilio.


Las partes pudendas de la mujer, que llamamos naturaleza, por cuanto todos los hombres toman orígen de ellas, son la causa de nuestros mayores placeres y de nuestras grandes pesadumbres, y aun me atrevo a decir de todos los desórdenes que han acaecido en el mundo y acaecen todos los dias. Para convencerse de esto no hay más que leer la historia que Petronio escribió sobre el libertinaje de la corte de Nerón.

Los labios y arrugas de esta parte no son más que los pliegues que la piel hace en aquella parte. Tienen mucha semejanza con la cresta de un pollo, y sus arrugas son las señales de la vejez, así como las de la cara, Las arrugas internas, que llamamos ninfas, son las que causan un ruido tan grande cuando sale la orina, que nos sorprendería si no estuviésemos habituados a oírle.

Cerca de las ninfas se hallan cuatro pedacitos de carne, de la figura de una hoja de mirto, que aunque estén regadas continuamente, no extinguen por eso el fuego que la Naturaleza ha encendido en estas partes. Muchas veces hace este riego el efecto del agua que se echa sobre la cal, pues en lugar de apagarlas, las acalora y excita más. Estas carúnculas, que los anatómicos llaman mirtiformes, están algunas veces unidas unas a otras por medio de ciertas membranas, que hacen tan pequeñas la entrada de la matriz, que en una muchacha de nueve o diez años, apenas puede introducirse en ella la punta del dedo, a no ser que se las reasgue con violencia; y esto es lo que las matronas quieren decir, cuando haciendo relación de la violación de una virgen dicen que se ha roto la cuerda, y la separación de estas mismas partes hacía que, saliendo sangre de ellas la primera noche de bodas, se reputase en otro tiempo entre los judíos como una señal de desfloración, como veremos más adelante sobre la virginidad.


En lo alto de las ninfas se ve una parte más o menos larga, que los anatómicos llaman clítoris, y a la que yo podría dar el nombre de fuego y de rabia del amor. En ella ha puesto la Naturaleza el trono del placer y del deleite. En ella ha colocado los grandes estímulos y el lugar de la lascivia de las mujeres, pues en la acción del amor el clítoris se llena de espíritus y toma una erección parecida a la del miembro viril, con el que tiene grande semejanza. En él se pueden ver sus conductos, sus nervios y músculos, y sólo le falta la glande, el prepucio y el estar agujereado. Esta es la parte de la que se abusan las mujeres lascivas. Jamás, Safo, se hubiera adquirido una reputación tan mala, si hubiese tenido esta parte más pequeña. Se encuentran algunas muchachas de ocho años que tienen ya el clítoris de una pulgada de largo, y que les crece con la edad hasta el grosor de un cuello de ganso. Cuando el amor envía a esta parte algunos espíritus, la hincha de tal modo que parecía increíble que no se hallase facilmente en una mujer muerta, si la experiencia no manifestase lo contrario: lo que prueba que las partes no están siempre en el mismo estado durante la vida que después de la muerte.

Pero si esta parte causa algunos desórdenes a las mujeres, también le acarrea ciertas ventajas; porque es, respecto de la matriz, lo que el epíglotis o galillo es para los pulmones, pues corrige junto con las carúnculas el aire frío que podría dañar a la matriz, e impide al mismo tiempo que entre en ella algún cuerpo extraño.


Continuará...

sábado, 28 de agosto de 2010

100 años atrás contadas por un hombre


La Mujer en la intimidad (1910)

CURIOSIDADES FISIOLÓGICAS Y
SOCIALES DEL BELLO SEXO

Por el Dr. Koenhly, de la Real Academia de Berlín
BARCELONA - Editorial Ibero- Americana. Valencia.

Libro encuadernado en falso dos veces: papel de forrar y una tapa que versa "Lanceros Argentinos 1910" y finalmente el verdadero libro cuyo contenido escondido explica cuestiones femeninas. Pasó de la madre de mi abuela a ésta hasta que cayó inevitablemente en mis manos. Cien años atrás, contadas por un hombre. Aquí, lo transcribo y comparto con ustedes.




"Como el intentar describir a la mujer en todos los detalles de su intimidad,
tanto física como moral, supone o presupone un conocimiento perfecto de ella,
siempre tan enigmática y misteriosa, la tarea ha de resultar un poco comprometida y un mucho deficiente.
Porque, ¿quién es, dónde está, cómo se llama el hombre que puede vanagloriarse de conocer a la mujer?

Y conste, para los mal pensados, que no empleamos aquí el verbo conocer en su sentido bíblico,
sino en su acepción más lata. De aquella manera,
pocos serán los que no hayan gustado alguna vez de tan sabroso conocimiento. En cambio,
¡cuántos que se creen maestros en la ciencia femenina,
no pasan de malos discípulos, con opción merecida a un suspenso,
si a examen se les sometiera!

Tanto el organismo de la mujer, como sus cualidades morales,
son un verdadero laberinto en el que el más avispado se pierde.
Preparémonos, pues, a salir del laberinto de la mejor manera posible,
procurando poner de manifiesto a la parte hermosa de la humanidad,
estudiándola en su vida, usos, costumbres y naturaleza más íntimas,
considerándola como la artista más exquisita de la sensualidad,
como la soberana del amor, como la reina del placer,
como el elemento indispensable para la vida del hombre;
analizándola unas veces desde el punto de vista de su complexión orgánica
- ¡esos órganos que tantas delicias nos ofrecen! - y otras desde su espiritualidad -
¡esa coquetería que nos seduce y enamora!".